Aunque se trata de uno de los municipios más pequeños de Cantabria, con tan solo 5,5 kilómetros cuadrados, Argoños tiene una larga historia documentada desde el siglo X y siempre vinculada al monasterio de Santa María del Puerto de Santoña.
Su territorio es llano, de tierras fértiles y riberas caracterizadas por las fuertes mareas cantábricas, al ritmo de las cuales cambia por completo el aspecto del paisaje en torno a los numerosos brazos de la ría que rodea al pueblo, ganadero y pescador a partes iguales.
La primera referencia escrita sobre la localidad de Argoños la encontramos en el año 942, en un documento donde se cita un vial relacionado con la vía de Agripa.
Sin embargo será en los siglos XI y XII, cuando aparezcan gran número de documentos escritos en los que se recoge la dependencia administrativa de esta pequeña villa. Según estas fuentes, Argoños fue primero villa de abadengo y dependió del monasterio santoñés de Santa María del Puerto, hasta que pasó a depender del monasterio de Santa María la Real de Nájera, bajo cuya servidumbre se mantuvo hasta el siglo XVI.
Retornó a la jurisdicción real en tiempos de Felipe II, cuando firmó junto a las villas de Puerto y Escalante, la carta de hermandad con la Merindad de Trasmiera en 1579, a la que permaneció agregada hasta el fin del Antiguo Régimen. Durante toda la Edad Media, la historia de Argoños discurre paralela a la de Trasmiera y la de las “Siete villas”.
En 1822 se constituyó como ayuntamiento con el nombre de Argoños.
La evolución reciente del municipio es similar a la del resto de las localidades costeras de Cantabria, con un notable incremento de los servicios en torno al turismo y al sector residencial. Se mantienen plenamente las actividades ganadera y pescadora, base de una suculenta gastronomía, a la vez que, gracias a una excelentes comunicaciones, crece el número de vecinos que eligen este pueblo para fijar su primera o segunda residencia, en busca de una calidad de vida elevada, disfrutando de tranquilidad y de un entorno privilegiado.